Qué costumbre tan pendeja esa de querer salir adelante.
Entre las muchas cosas que siempre me llamaron la atención, hubo una a la cual le invertí tiempo de manera significativa.
Entre las muchas cosas que siempre me llamaron la atención, hubo una a la cual le invertí tiempo de manera significativa.
Todo empezó por allá en los años 80, cuando siendo un niño escuché a mi papá hablando con una hermano suyo sobre los deseos que tenían de sacar a sus hijos adelante.
Reconozco que me sentí amparado y de alguna manera tranquilo de pensar que yo seguramente, y gracias a la devoción de mis padres, saldría adelante.
El tiempo pasó y con frecuencia escuchaba a mis mayores hablar de que el hijo de fulanita había salido adelante, igual que el hijo de un zutano y del mengano o la mengana, hasta los de un tal perencejo lo habían conseguido también... Yo no hacía más que poner cuidado tratando de encontrar tendencias, patrones de comportamiento en esos victoriosos que habían logrado la meta de sus orgullosos padres.
Había siempre una constante que estaba relacionada directamente con el hecho de conseguir dinero, lo que muchos llaman ser próspero. Algo así como “si consigues dinero habrás salido adelante". Sin embargo, todo estaba camuflado con cosas como haber estudiado, por lo menos un poco más allá del bachillerato.
Por conducto regular también estaba el haber conseguido un empleo estable, que en primera instancia, les permitiera con alguna frecuencia, nutrir de electrodomésticos o utensilios diversos las cocinas de sus madres... y por supuesto, construir una familia. Ojalá como las de antes; esas clásicas que cuando algo se rompía no lo tiraban sino que lo remendaban, o las más comunes y que tantos niegan, esas en las que las pobres madres no hacían sino aguantar maltratos de toda clase por el solo hecho de cumplir con el mandato bíblico de estar ahí hasta que la muerte los separara, sin importar que el amor se hubiese acabado o que simplemente el aburrimiento hubiera armado su fiesta en esas familias tan bonitas.
Obviamente por encima de estas conductas el fin era el dinero. Crear un panorama adecuado para eso; salir adelante.
Al terminar el bachillerato la tenía clarísima, debía estudiar algo aunque no sabía ni qué. Debía conseguirme un trabajo y armar una familia. La meta estaba planteada y como es obvio arranqué camino.
Quería salir adelante, todo iba bien hasta que me hice una pregunta que hasta entonces no se me había ocurrido. ¿Adelante de qué o de quién?... Se lo comenté a una amiga y me dijo que quizá mi padre y mi tío se habían referido a sacarnos adelante para que quedáramos en el primer plano de alguna foto familiar, o sacarnos adelante en una obra de teatro para que todos nos vieran muy bonitos, vestidos de Simón Bolívar o de Manuelita, según fuera el caso. ¡Me confundí! Y entonces, como dice la canción, todo se derrumbó dentro de mí.
Era claro que tenía más sentido la frase en ese contexto que en el de"subir" a los hijos en un supuesto camino de éxito social o profesional.
Sobre todo porque ¿quién en su sano juicio puede afirmar que estudiar una carrera, tener un empleo o armar una familia es salir adelante? No nos digamos mentiras, en el inconsciente colectivo salir adelante es conseguir dinero. Y para llegar allí la forma importa aunque no siempre tanto como debiera.
Igual y tratando de no ser categórico con mis conclusiones, diré que sí. Que gracias al imaginario urbano que manejamos, eso es salir adelante.
Sin embargo, es inevitable que se reformule la pregunta. Entonces digamos ahora, que si todos lograron salir adelante, lo más probable es que nadie haya salido delante de nadie y sólo seamos un montón de gente codeándose unos con otros por estar en esa posición abstracta y (si se me permite) ridícula. La pregunta sería entonces ¿habrá madres que quieran sacar a sus hijos adelante de los que están adelante? ¡Vaya uno a saber!
Por mi parte, abandono el barco. ¡Desisto! Ya no me interesa salir o haber salido adelante. Si alguna vez lo tuve, me retiro ese título o ese logro. Que salgan adelante los demás, no quiero codazos, ni pisotones, ni empujones... Vaya mijo salga adelante, bien pueda usted.
Yo me conformo, en medio de mi mediocridad y aunque me tome más tiempo, con tratar de ser mejor persona de lo que fui o de lo que me enseñaron a ser, y por sobre todas las cosas, no dejarme llevar por odios ni costumbres pendejas.
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