Qué costumbre tan pendeja esa de ir a los funerales a decir estupideces.
Dice una frase por ahí que nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Claramente todos conocemos la frase pero pocos pasamos de simples amagues por demostrar que nosotros sí valoramos las cosas o las personas cuando las tenemos. Y ahí seguimos, usando la frasecita como muletilla de aliento para decírsela con aires de autoridad moral al que acaba de perder alguien o algo importante en su vida.
Dice una frase por ahí que nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Claramente todos conocemos la frase pero pocos pasamos de simples amagues por demostrar que nosotros sí valoramos las cosas o las personas cuando las tenemos. Y ahí seguimos, usando la frasecita como muletilla de aliento para decírsela con aires de autoridad moral al que acaba de perder alguien o algo importante en su vida.
No ha cambiado mucho el discurso para alentar al prójimo cuando éste lo necesita. Y ni hablar de los funerales. Carnavales de los lugares comunes. Eventos espantosos en los que los deudos no solo deben cargar con el peso de la ausencia sino que además, deben afinar oídos para escuchar, y saber agradecer, frases que cualquiera con cinco dedos de frente o cinco minutos de reflexión, sabría que llenan menos que los silencios honestos y desprevenidos.
A mí edad ya fueron muchos los funerales a los que asistí. El último fue hace algunos meses, espero que me queden dos más y por allá no vuelvo...
Pero pongámonos en situación, toquémonos el pellejo y hagamos el ejercicio. Suponga usted que está en el funeral de una de las dos o tres personas más importantes de su vida y llega alguien que usted no ve hace meses y que antes de saludarlo le dice; “lo acompaño en su dolor”. ¿Usted qué responde? ¡Gracias!, claro, pero ¿Gracias? ¿De qué? Y pongámonos pesados, digamos que llega otra persona que le dice; “Yo sé lo que es eso”. ¿Usted qué responde? ¿Gracias también? O vayamos más allá ¡qué carajos! Suponga que otro se acerca y le dice; “y tan buena persona que era”. ¿Qué respondería? ¿También, gracias? ¡No jodás!
Inevitablemente el desfile de lugares comunes se vuelve un territorio baldío en el que hay que saber caminar para no ser un doliente grosero o desagradecido. ¿Qué podría pensar la gente?
El truco, si es que existe y si es que nos vemos forzados a ir a uno de esos eventos, es llegar a acompañar, a asistir, a ofrecerse como apoyo, a ayudar...
Recuerdo mucho un funeral en el que el doliente estaba muy sereno, quizá por la tranquilidad que tenía en su conciencia. En silencio y con calma agradecía solícitamente la llegada de cada uno de los familiares y amigos que se acercaban a saludarlo. Todo transcurría normalmente hasta que llegó un espécimen (no familiar) a romper el recinto con llantos y gritos desesperados, con amagues de desmayo y preguntándole a Dios el por qué de esa partida.
Aunque tuve intensiones de acercarme y explicarle que eso era un proceso natural y que hacia parte fundamental de la vida, me desalenté porque justo en el momento de mi pulsión, un aparente desmayo hizo que todos la rodearan para atenderla. Y entonces la que debía ir a dar apoyo resultó robándose el show y también robándose las frases, esos benditos lugares comunes que se le dicen a los deudos.
En conclusión, es necesario repensar lo que hacemos en esos momentos. Es decir, si vamos a apoyar que sea a apoyar no a joder. A respaldar con actos, con palabras útiles. Habría que pensar también que en estas ocasiones es más válido y funcional (quizá), solo llegar, abrazar y en silencio hacerse en un rincón, por si el deudo necesita un café o un cigarrillo, qué sé yo…
Finalmente, todo doliente tiene muy presente, que nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde. No nos pongamos a inventar pendejadas.
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