domingo, 14 de septiembre de 2014

...Esa de ir a los funerales a decir estupideces.

Qué costumbre tan pendeja esa de ir a los funerales a decir estupideces.


Dice una frase por ahí que nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Claramente todos conocemos la frase pero pocos pasamos de simples amagues por demostrar que nosotros sí valoramos las cosas o las personas cuando las tenemos. Y ahí seguimos, usando la frasecita como muletilla de aliento para decírsela con aires de autoridad moral al que acaba de perder alguien o algo importante en su vida.

No ha cambiado mucho el discurso para alentar al prójimo cuando éste lo necesita. Y ni hablar de los funerales. Carnavales de los lugares comunes. Eventos espantosos en los que los deudos no solo deben cargar con el peso de la ausencia sino que además, deben afinar oídos para escuchar,  y saber agradecer, frases  que cualquiera con cinco dedos de frente o cinco minutos de reflexión, sabría que llenan menos que los silencios honestos y desprevenidos.

A mí edad ya fueron  muchos los funerales a los que asistí. El último fue hace algunos meses, espero que me queden dos más y por allá no vuelvo...

Pero pongámonos en situación, toquémonos el pellejo y hagamos el ejercicio. Suponga usted que está en el funeral de una de las dos o tres personas más importantes de su vida y llega alguien que usted no ve hace meses y que antes de saludarlo le dice; “lo acompaño en su dolor”. ¿Usted qué responde? ¡Gracias!, claro, pero ¿Gracias? ¿De qué? Y pongámonos pesados, digamos que llega otra persona que le dice;  “Yo sé lo que es eso”. ¿Usted qué responde? ¿Gracias también? O vayamos más allá ¡qué carajos! Suponga que otro se acerca y le dice; “y tan buena persona que era”. ¿Qué respondería? ¿También, gracias?     ¡No jodás!

Inevitablemente  el desfile de lugares comunes se vuelve un territorio baldío en el que hay que saber caminar para no ser un doliente grosero o desagradecido.  ¿Qué podría pensar la gente?

El truco, si es que existe y si es que nos vemos forzados a ir a uno de esos eventos, es llegar a acompañar, a asistir, a ofrecerse como apoyo, a ayudar... 

Recuerdo mucho un funeral en el que el doliente estaba muy sereno, quizá por la tranquilidad que tenía en su conciencia. En silencio y con calma agradecía solícitamente la llegada de cada uno de los familiares y amigos que se acercaban a saludarlo. Todo transcurría normalmente hasta que llegó un espécimen (no familiar) a romper el recinto con llantos y gritos desesperados, con amagues de desmayo y preguntándole a Dios el por qué de esa partida.

Aunque tuve intensiones de acercarme y explicarle que eso era un proceso natural y que hacia parte fundamental de la vida, me desalenté porque justo en el momento de mi pulsión, un aparente desmayo hizo que todos la rodearan  para atenderla. Y entonces la que debía ir a dar apoyo resultó robándose el show y también robándose las frases, esos benditos lugares comunes que se le dicen a los deudos.

En conclusión, es necesario repensar lo que hacemos en esos momentos. Es decir, si vamos a apoyar que sea a apoyar no a joder. A respaldar con actos, con palabras útiles. Habría que pensar también que en estas ocasiones es más válido y funcional (quizá), solo llegar, abrazar y en silencio hacerse en un rincón, por si el deudo necesita un café o un cigarrillo, qué sé yo…

Finalmente, todo doliente tiene muy presente, que nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde. No nos pongamos a inventar pendejadas.


martes, 9 de septiembre de 2014

...Esa de querer salir adelante.

Qué costumbre tan pendeja esa de querer salir adelante.


Entre las muchas cosas que siempre me llamaron la atención, hubo una a la cual le invertí tiempo de manera significativa.

Todo empezó por allá en los años 80, cuando siendo un niño escuché a mi papá hablando con una hermano suyo sobre los deseos que tenían de sacar a sus hijos adelante.

Reconozco que me sentí amparado y de alguna manera tranquilo de pensar que yo seguramente, y gracias a la devoción de mis padres, saldría adelante.

El tiempo pasó y con frecuencia escuchaba a mis mayores hablar de que el hijo de fulanita había salido adelante, igual que el hijo de un zutano y del mengano o la mengana, hasta los de un tal perencejo lo habían conseguido también...   Yo no hacía más que poner cuidado tratando de encontrar tendencias, patrones de comportamiento en esos victoriosos que habían logrado la meta de sus orgullosos padres.

Había siempre una constante que estaba relacionada directamente con el hecho de conseguir dinero, lo que muchos llaman ser próspero. Algo así como “si consigues dinero habrás salido adelante". Sin embargo, todo estaba camuflado con cosas como haber estudiado, por lo menos un poco más allá del bachillerato. 

Por conducto regular también estaba el haber conseguido un empleo estable, que en primera instancia, les permitiera con alguna frecuencia, nutrir de electrodomésticos o utensilios diversos las cocinas de sus madres... y por supuesto, construir una familia. Ojalá como las de antes; esas clásicas que cuando algo se rompía no lo tiraban sino que lo remendaban, o las más comunes y que tantos niegan, esas en las que las pobres madres no hacían sino aguantar maltratos de toda clase por el solo hecho de cumplir con el mandato bíblico de estar ahí hasta que la muerte los separara, sin importar que el amor se hubiese acabado o que simplemente el aburrimiento hubiera armado su fiesta en esas familias tan bonitas.

Obviamente por encima de estas conductas el fin era el dinero. Crear un panorama adecuado para eso; salir adelante.

Al terminar el bachillerato la tenía clarísima, debía estudiar algo aunque no sabía ni qué. Debía conseguirme un trabajo y armar una familia. La meta estaba planteada y como es obvio arranqué camino.

Quería salir adelante, todo iba bien hasta que me hice una pregunta que hasta entonces no se me había ocurrido. ¿Adelante de qué o de quién?... Se lo comenté a una amiga y me dijo que quizá mi padre y mi tío se habían referido a sacarnos adelante para que quedáramos en el primer plano de alguna foto familiar, o sacarnos adelante en una obra de teatro para que todos nos vieran muy bonitos, vestidos de Simón Bolívar o de Manuelita, según fuera el caso. ¡Me confundí! Y entonces, como dice la canción, todo se derrumbó dentro de mí.

Era claro que tenía más sentido la frase en ese contexto que en el de"subir" a los hijos en un supuesto camino de éxito social o profesional.

Sobre todo porque ¿quién en su sano juicio puede afirmar que estudiar una carrera, tener un empleo o armar una familia es salir adelante? No nos digamos mentiras, en el inconsciente colectivo salir adelante es conseguir dinero. Y para llegar allí la forma importa aunque no siempre tanto como debiera.

Igual y tratando de no ser categórico con mis conclusiones, diré que sí. Que gracias al imaginario urbano que manejamos, eso es salir adelante.

Sin embargo, es inevitable que se reformule la pregunta. Entonces digamos ahora, que si todos lograron salir adelante, lo más probable es que nadie haya salido delante de nadie y sólo seamos un montón de gente codeándose unos con otros por estar en esa posición abstracta y (si se me permite) ridícula. La pregunta sería entonces ¿habrá madres que quieran sacar a sus hijos adelante de los que están adelante? ¡Vaya uno a saber!

Por mi parte, abandono el barco. ¡Desisto! Ya no me interesa salir o haber salido adelante. Si alguna vez lo tuve, me retiro ese título o ese logro. Que salgan adelante los demás, no quiero codazos, ni pisotones, ni empujones... Vaya mijo salga adelante, bien pueda usted.

Yo me conformo, en medio de mi mediocridad y aunque me tome más tiempo, con tratar de ser mejor persona de lo que fui o de lo que me enseñaron a ser, y por sobre todas las cosas, no dejarme llevar por odios ni costumbres pendejas.


...Esa de no respetar la diferencia.

Qué costumbre tan pendeja esa de no respetar la diferencia.


Estar en las redes sociales hace rato que dejó de ser una moda, para convertirse luego en una necesidad de socializar o ampliar el círculo de conocidos y hasta de oportunidades. Finalmente ha empezado a convertirse en un peligro. ¡Qué miedo!

Allá en ese maizal llamado 2.0 existe de todo. Un universo donde confluye lo mejor y lo peor de todos nosotros. Se encuentra gente linda e interesante como también gente boba y aburridora. Para todos hay, ¡no empujen!... Sólo tengan paciencia que ya encontrarán lo que no se les ha perdido.

Al principio, cuando se empezaron a masificar las redes sociales, pensaba sobre la maravilla que era poder escribir sin estar supeditado a un editor. Escribir lo que uno quisiera y cuando quisiera sin que nadie le dijera cosas como: "esa palabrita no me gusta" o "no hable de eso que eso no vende" o "¿cómo se va a meter así con la hija del dueño del periódico?" En fin, era una maravilla que cada uno de nosotros pudiera contar con su propio curubito de expresión.

Sin embargo el tiempo fue pasando y con él se pasó también el cuarto de hora de aquella ingenua ensoñación. Eso allá se volvió un peligro y una irresponsabilidad andar sin prevenciones.

Hace unos meses, con las elecciones presidenciales y el mundial de fútbol, hubo que pagar escondederos de a peso o quedarse en silencio para no atormentar a la masa alienada, que encuentra en quien la contradice, un esparring ideal para purgar o desahogar culpas y complejos.

Por ejemplo, con las elecciones presidenciales, si no eras paramilitar eras guerrillero. Si decías algo a favor del uno, cualquier valiente te respondía, la mayoría de veces con palabrotas desmedidas y fuera de foco. Pobres progenitoras que sin tener velas en esos entierros, terminaron seguramente con las orejas rojas de tanto agravio indiscriminado y obviamente clandestino.

Con el fútbol ni se diga. La mayoría sumergidos en ese patriotismo desbordado, con lágrimas en los ojos, agradecidos con la vida por haber nacido en esta patria tan maravillosa… ¡Muy bonito, para qué!

Uno leía todas esas manifestaciones de cariño y afecto y aunque pudiese estar de acuerdo (a mí también me gusta el fútbol), hubiera querido hacer un llamado de atención, por ejemplo, por la situación en Venezuela, o mencionar el caso del ex ministro condenado por andar dándole platica a sus amigos ricos. O a que nos pusiéramos pilas porque estaban “procurando” impulsar una ley para penalizar la investigación científica con fines reproductivos. O que Israel seguía matando niños en Gaza... 

¡Pero no! ¡qué va! ¡vaya póngase en esas y verá! ¡Mamerto inmundo! ¡Bicho raro! si lo que hay es que estar pendiente de ver a quién le echamos harina en la cara o a quién matoneamos por no sumarse a "la fiesta". Ya todos sabemos que si las cosas no se mencionan en los noticieros es sencillamente porque nada está ocurriendo.

Un día, previo a los partidos por octavos de final, en Venezuela mataron a unos estudiantes por andar en esa bobada de luchar por sus derechos. Me indigné como indio mamerto y latinoamericano que soy y me envalentoné a escribir un tuit punzante, hiriente y reflexivo (obvio, desde la comodidad de mi celular capitalista). Pero antes me distraje viendo algunas menciones que le hacían a una tuitera de esas que no tienen pelos en la lengua. La cosa me dejó boqui abierto. Amenazas de muerte, invitaciones a arrojarle ácido en la cara, consejos para que se suicidara. Eso entre las cosas que decidí no olvidar. Todo por haber escrito su opinión sobre los desmesurados actos fanáticos de los hinchas de fútbol.

Claramente, se me bajaron los humos, más por cansancio y por desdén que por cobardía. Y aborté la misión. Cerré la boca, que ya hasta ese momento llevaba más de cinco minutos abierta, miré por la ventana mientras pasaban los carros con las banderas de Colombia y entonces, lleno de júbilo, le di gracias a la vida por haber nacido en un país en el que por encima de cualquier diferencia se respeta el derecho de expresión. ¡Salud!